domingo, 26 de febrero de 2012

Ventanas

Siempre algo tiene que sujetarte,
pero en otro orden de cosas
decís que todos los caminos conducen a tu paz y a tu libertad.

Todo eso que transcurre entre tu cabeza y tus dedos
es un hallazgo, un viento que nos devuelve al mundo
en el que creíamos vivir cuando no teníamos obligaciones.

El mundo real, el que te transforma,
es el mismo que se detiene cuando arrancás el velo de lo sensato.
Después, sí, el tiempo discurre con languidez, y algo parecido
a lo que entendemos por belleza se hace presente.

El tiempo vuelve a acercarnos a la muerte
ni bien nos damos cuenta.

Ocho canciones tiene esa chica para ofrecerle al mundo.
          Se aferra a ellas.
Puñado de poemas tiene aquel.
Su tiempo tienen otros, otras.
Su dinero, su fuerza, su humor, su habilidad.
Siempre estamos entregando nuestra energía,
sin saber si es bueno o malo.

La rutina puede ser una habitación sin ventanas,
y la incertidumbre también.

viernes, 24 de febrero de 2012

Volviendo

No hay nada más triste que esta mañana
Es sin dudas la mañana más triste del mundo
en la historia mundial.
Fría como un cuchillo que nos atraviesa sólo a nosotros.


Alguien siente inexorablemente que su vida
se estrella contra un vidrio, como el de aquel comercio de mierda,
gris e insulso como el cielo.


La piedad, la lástima,
que tanto hicieron falta alguna vez
hoy se derrumban como platos soperos
rompiéndose justo en nuestras cabezas,
haciéndonos llorar más de lo que podemos.


Rebalsan lágrimas y angustia por nuestras caras
hinchadas cual tomates,
y sentimos que la vida se sostiene por delgados hilos
casi invisibles.


Si sentís que podes ser y hacer algo más,
te aferrás a tus manos, artífices de vida,
ejecutoras de ideas.
A tu mente, a tus labios, que derraman palabras
siempre justas en los momentos precisos


Fuiste proveedor de sueños desconocidos,
y así fuiste ajeno a la felicidad
que supiste engendrar, como artesano, orfebre,
celoso custodio de la paz que dan las sonrisas
en los días, en las noches rodeadas del cariño que contagiás.


Cultor de la claridad, creador, te fuiste para mis ojos
en esa pintura que era tu cara sonriente mirando desde el balcón
a los autos correr por la avenida del barrio,
en esa noche salpicada de estrellas,
cuando hablamos y vaciamos tantas veces nuestros vasos.
Vasos de vidrio y vasos sanguíneos, porque en esas noches
dejábamos la sangre, dejábamos todo lo nuestro sobre la mesa,
a ver quién contaba más y quién sabía escuchar mejor,
quién, frente a todos, depositaba el corazón en el centro
como quien suelta la de cuero para un picado porque se sabe entre amigos.


Poeta:
son amarillas y amarronadas las hojas cortantes y gruesas
de tus libros, los que siempre ofrendabas a quien tuviera ojos para leer
y querer. Y me acuerdo que se perdió un cuaderno amarillento
por entre las plantas y mozaicos de nuestro balcón, todos preocupados
y a vos ni te importó, porque ya alguien lo va a agarrar.


Poeta:


Te fuiste pero te buscamos,
si nos dicen en el barrio, la gente y los lectores,
los dueños de esos comercios tan lindos, tan bien puestos,
que tu cuerpo aún se mueve por sus calles, encorvado
y hundido, pero vivo, que se habrá ido tu alma a ver más allá
de las fronteras pero que estás dando vueltas por acá.


Para recordarte, volqué un montón de ideas
a licuarse entre ellas,
y las tiré en una hoja cortante, gastada,
a que te invoquen por los aires
y así vuelvas, como si el último balcón hubiera sido ayer.

lunes, 20 de febrero de 2012

Ya voy

Desperté con un río de sangre que corría por mi axila.
Siempre hay algo que no nos deja pensar,
o dejar de pensar a veces. Nos pincha donde duele.
Nos pincha y nos damos cuenta del pinchazo.

Hoy quiero ir a un lugar mágico.
Cuando supe que quería esto, fui en busca de mis amigos,
a ciegas.

Una recta infinita, sin luz
y casi sin vida,
me transporta al destino inevitable
de encontrarme con mis amigos.
Pero soy curioso, arriesgado,
hasta osado para lo que es esta noche que ofrenda,
y tomo caminos sin seguir un orden.
Pateo este barrio inconmensurable por lo sencillo.

Después de encontrarlos,
mi siguiente deseo sólo es que las horas
queden como colgadas de cables de alta tensión,
o de los balcones, para que no caigan y se estrellen
contra el asfalto castigado.
Que no despierte la luz de su siesta,
porque entonces será el momento de volver
y decir "hasta mañana, nos hablamos".

Horas y horas sin pasar,
y así pasa que no las podemos medir
mientras colmamos nuestras charlas con cerveza,
y nuestras ganas con palabras, llenas de historia,
la nuestra.

Hasta ahora no hubo un adiós,
y lo último que queda al recordar estos cuentos
es la risa de todos, cada una distinta,
haciendo volar un poco la espuma de las cervezas.

domingo, 12 de febrero de 2012

Tensión

Una botella de escocés
asoma desde adentro del arcoiris,
junto a enormes esponjas celestes y rosadas

Me retuerzo encorvado, doblado,
encebollado, en una silla horrible,
tan de madera como todo lo que hay
en la agonía de esta cueva,
que ni quiero ver

Y sí, hay un vaso con whisky en mi mano.
Mi cara, temible y sin vida,
se puede ver entre la neblina roja,
roja roble, roja vino

Me animo a creer
que la tímida llama que arde
en el epicentro de mi escocés -el de verdad, no el del sueño-
es el signo vital de quien habla

Y entonces,
ahora sí,
permanezco inmóvil,
la vista al frente,
el cuerpo recto en la silla horrible,
casi tan quieto como el hermoso cuadro en esa pared

jueves, 9 de febrero de 2012

Para qué estamos acá

Una imagen bastante poética se desliza
suave, apacible
por un costado de Buenos Aires,
uno de los muchos:
un tipo bastante joven,
o un joven bastante grande -maduro-
está recostado, hundido,
en la king size de un hotel de barrio,
-su novia duerme a su lado enroscada entre su brazo y su pecho-
y mira y escucha con ojos y oídos abiertos
lo que dice el televisor...
lo que dice -en verdad- Jean Paul Sartre


Piensa "nunca leí a Sartre",
pero ni se mueve, hundido en el catre,
cubierto sólo por un boxer negro,
no parece perturbado, se lo ve extenuado
con ojeras moradas y marcas de la king size
como tajos indoloros repartidos por el cuerpo,
en sus costillas, cerca de la clavícula,
sus pelos y vellos revueltos.


Habla Sartre
Habla de todo.
Habla de la violencia,
de la desigualdad,
del sujeto.
El pibe -ya es un pibe a esta altura-
se hunde más en el colchón pero abre
más sus ojos también, se sacude el sopor
del cuerpo, desatiende a la chica, aún dormida.


Las luces colorinches del hotel opacan e iluminan
al Sartre en blanco y negro, según qué diga, y rebotan
hasta el respaldo de la cama.
Las cortinas bailan por la brisa mañanera de verano,
de las seis de la mañana recién,
y es el instante en que el protagonista
de este momento único en la historia
sabe que su cabeza está partida en dos:
una parte de su cerebro atiende fascinada a Sartre,
la otra piensa en que la vida es todo
eso que pasa allí: su novia y Jean Paul,
el hotel y la academia,
la brisa y las palabras resonantes,
dormir (y comer) y pensar sesudamente,
pensar en qué hacer esta noche con amigos...
y pensar en las desdichas planetarias
que nos quiebran las tripas por la angustia;
las comodidades y las molestias,
los placeres y los sufrimientos,
las sonrisas y las penurias,
la alegría y el fastidio,
las cervezas (y los asados) y el trabajo,
el consumo y los salarios,
los aumentos y los ajustes,
el fulbito y la política,
ir a la cancha, ir a la plaza... e ir a La Plaza,
las películas de guerra y las guerras...


El tono francés de Sartre, su voz
retumban por la suite con hidro y espejos.
Él ya ha dejado de escucharlo atentamente
porque piensa en todo: todo eso es la vida.


La vida:
como lucha,
como juego.


Sale despacito del hotel,
son las ocho y pico,
él arrastra de la mano a su novia,
que se refriega los párpados, se queja
del frío y se entusiasma con desayunar
algo por ahí.
Piensa él, medio confundido:
"No todo es una enorme banalidad.
Ni una enorme penuria. Ni una terrible lucha".


La vida como lucha, la vida como juego.

lunes, 6 de febrero de 2012

Nosotros y el diablo

El diablo no necesita -ni debería-
saber dónde estás, ni cuando estás.
No necesita detalles, tan solo coordenadas.
No necesita saber tanto de vos, de nadie.

Muestra sus látigos, o un poco de ellos
por un camino de tierra, pedregoso,
que conduce al fuego que late manso
al fondo, en una esquina o más.

Siempre les esquivamos,
y eludimos esas esquinas,
esas calles turbias de oscuridad,
cubiertas de misterio,
borrachas de historias posibles,
manchadas de rumores pesados
                filosos

Sabemos que el diablo existe,
pero no sabemos si Dios también.
De chicos nos pasaba al revés,
y en la primera juventud,
eran los dos o ninguno.

Nos gustan un poco las cadenas,
algo sueltas, pero cadenas al fin.
Nos atan a los árboles cuyas sombras
no son las del diablo,
          que tiene las suyas, claro.
Sombras más grandes, mejores.

El diablo anda a caballo a veces,
y otras viaja en carruaje
sin ser él quien monta.
Viste bien o mal, da lo mismo,
y se pasea por las ciudades
o se encierra en un altillo a espiar
a la gente por la ventana.

Nos gusta que nos hablen del diablo,
que nos cuentan cómo es, qué trama
y planea para nosotros.
Porque rara vez es egocéntrico,
          eso se lo deja a los dioses,
y siempre piensa en los demás.
         Siempre.
         Todo el tiempo.
         En vos, en mí, en todos.

sábado, 4 de febrero de 2012

Golondrina


Parado sobre el piso helado de un hotel barato europeo,
reflexiono, temblando, sobre las ideas, las decisiones
de los grandes líderes mundiales, influenciado dulcemente
por las digresiones de un filósofo argentino.

Migajas de un sol que recién se despierta
se agolpan en el cuarto de hotel a través de la persiana,
como una ofrenda mínima, tímida, insuficiente.

Abrigado por la imprecisión,
la desprolijidad, la incerteza casi errante
del viajero que rumbea en tierras de la exactitud,
de la corrección como linaje perdido en el tumulto vertiginoso,
empujo cada día la desfachatez que me arropa, me distingue

Llevo conmigo la luz del visitante, del exótico.
Se abren así las puertas de las ciudades europeas
en las que el sol está escondido.