domingo, 29 de julio de 2012

A vos, fantasma


Sos un fantasma.

Ay, fantasma, qué miedo tenés.

Qué miedo de vivir que tenés.

Te lo digo, te conozco,
pero mirá que se te nota,
ni hace falta conocerte

Un fantasma
es lo que sos

No das miedo a nadie
más que a vos mismo

Te mirás de refilón
por la sombra del espejo

Y tu sombra hace la suya,
ni te quiere seguir
por miedo a contagiarse
de tu miedo a las sombras
y a la vida

A veces ni pestañeás del miedo.
Otras, ni despertás.

Sos tan fantasma
que te creés valiente
por no temer a la muerte.
Cualquiera sabe que no temerle
es más fácil que olvidarse de ella
mientras se vive.

Sos menos persona
que fantasma,
lo percibo yo, que sé del tema,
y veo tu carne hundirse o hincharse,
amoratarse o perder cualquier color posible.

Sos tan fantasma
que te convenciste
de que no existías.
Y de que esperando a la muerte
te iba a venir a visitar.

miércoles, 11 de julio de 2012

Embriagados de certeza (y en soledad)


La soberbia echa raíces, engorda,
cobra cuerpo y toma forma,
cubre y ocupa espacios, diseminada,
pequeños recovecos, compartimentos,
adminículos,
pero cientos y miles de ellos.
La soberbia hecha raíces, y hecha cuerpo
y entidad.
Real, fuerte, visible,
con carácter y presencia.
Corporizada frente a nosotros
y en nosotros.


Nos ha llevado a pensar
en no caer en el patetismo
de pedir perdón.


Igual es cierto,
y quien lo niegue será un necio,
o un infante, ingenuo e inmaduro,
inocente para este mundo:
no se debe caer tan seguido
en el patetismo de pedir perdón.


Quienes cayeron en los lugares
antes citados fueron devorados,
por mandrágoras, por monstruos
de varias cabezas, carneados
por hienas y hasta por caníbales.


Pedir perdón,
incluso a nosotros mismos,
nos ha hecho perder mucho tiempo ya,
nos ha encadenado a celdas diminutas,
malolientes y húmedas,
y nos ha privado de resolver
los problemas que nos llevaron
a querer ser perdonados.


Se enuncia desde un balcón invisible,
cubierto y oculto por múltiples enredaderas
también invisibles, e inasibles,
construidas, a su vez, durante siglos
en que podamos y escondimos los restos
de la unión posibles con nuestros pares.
Así, con orgullo y embriagados de certeza,
afirmamos lo peligroso y patético,
lo exagerado e innecesario
de pedir perdón.