lunes, 13 de julio de 2015

Navegantes

La intangibilidad,
su inmensidad.
Lo vasto, el desierto,
las coordenadas que no están,
la ausencia de pistas.
Los campos con su viento.
Voces que se sienten pero no se escuchan,
no se interpretan.
Ecos, gritos, incomprensión.
Lo único que pasó fue el tiempo.

El café negro va llenando la taza. La barba afeitada ha dejado su rastro en el lavatorio.
Otra vez me olvidé de ese poema”, se dice, sabe que olvida ciertas cosas pero siempre recuerda futilidades como la barba que quedó en el borde del lavatorio. Olvidó algún verso interesante que se formó en su mente, o alguno que leyó y le gustó.

La intrascendencia.
Navegarla,
padecerla.

Panorama sombrío.
Son aves o perros
lo que escucha.
Llega un sonido lejano,
como una lluvia que ataca y amaina
de un momento a otro,
con el agua contra el piso de piedra del patio
y más allá también.

El silencio y la música.
El silencio existe porque existe la música
Podemos disfrutar del silencio porque sabemos que algo vendrá después.

¿Qué ve que no sea rojo?
Después, luz que encandila,
y luego, penumbra.
De frente, perro o pantera.

Vació dos cantimploras de agua y las llenó con ron y vodka, respectivamente.
Miró una vez más fuera de la frontera que separa agua y tierra y vio una interminable columna de palmeras arquearse por el viento.
Se acomodó como pudo, pensando en la mejor postura para dormir. El sueño es un gran ordenador.


Y pensó, tratando de consolarse, de buscar algo de alivio, que aunque aún faltara, que aunque a veces pareciera demorarse mucho el paso del tiempo, el correr de las agujas y los días y de las noches era inevitable, y que cada momento en que pensaba, se encontraba un poco más cerca de casa.