Una botella de escocés
asoma desde adentro del arcoiris,
junto a enormes esponjas celestes y rosadas
Me retuerzo encorvado, doblado,
encebollado, en una silla horrible,
tan de madera como todo lo que hay
en la agonía de esta cueva,
que ni quiero ver
Y sí, hay un vaso con whisky en mi mano.
Mi cara, temible y sin vida,
se puede ver entre la neblina roja,
roja roble, roja vino
Me animo a creer
que la tímida llama que arde
en el epicentro de mi escocés -el de verdad, no el del sueño-
es el signo vital de quien habla
Y entonces,
ahora sí,
permanezco inmóvil,
la vista al frente,
el cuerpo recto en la silla horrible,
casi tan quieto como el hermoso cuadro en esa pared
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