Un muchacho arrodillado,
inclinado ante un gran balde
de madera con agua, donde hunde sus manos
para lavar un harapo, vigilado
por dos piernas eternas y una muñeca firme
que sujeta un látigo.
Esa es la escena.
Y la escena tiene: la cara mortificada,
desanimada, ausente del muchacho.
Tiene también las rodillas severas,
los muslos inmutables y una cara
que no se ve pero imaginamos.
La escena sería un castigo,
de una mujer a un hombre,
una revancha, justa o no,
una venganza milenaria.
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