Tus ojos de
vidrio cristalizan lo hondo del dolor,
que es el que tuve una vez
y ahora en el dolor no nos podemos encontrar,
ni ahora ni después.
Y no se cruzan nuestras sonrisas,
miramos a lados distintos, de a ratos opuestos.
Parecemos congelados en un cuadro de Munch.
El hielo en nuestras pieles
se escarcha con el barro de un suelo turbio,
y a pesar de todo esto el cariño está intacto
y hasta crece entre el barro y los yuyos.
Los labios mordidos, los puños cerrados
porque la alegría es esquiva, se tuerce y
se curva frente a la punta de los dedos.
Está allí, pero inasible.
Tu dolor lo tuve y lo entiendo,
pero se ha disuelto en mí, y hoy
mis dolores son otros.
Como hormigas caminamos por el filo de un espejo,
procurando no caer a los costados,
como por el borde de las hojas vamos marchando.
"En la vida no hay que ser tímido",
fue el primer discurso que escuchó, muy joven,
cara a cara.
Su consejero,
con los ojos inyectados de fervor.
que es el que tuve una vez
y ahora en el dolor no nos podemos encontrar,
ni ahora ni después.
Y no se cruzan nuestras sonrisas,
miramos a lados distintos, de a ratos opuestos.
Parecemos congelados en un cuadro de Munch.
El hielo en nuestras pieles
se escarcha con el barro de un suelo turbio,
y a pesar de todo esto el cariño está intacto
y hasta crece entre el barro y los yuyos.
Los labios mordidos, los puños cerrados
porque la alegría es esquiva, se tuerce y
se curva frente a la punta de los dedos.
Está allí, pero inasible.
Tu dolor lo tuve y lo entiendo,
pero se ha disuelto en mí, y hoy
mis dolores son otros.
Como hormigas caminamos por el filo de un espejo,
procurando no caer a los costados,
como por el borde de las hojas vamos marchando.
"En la vida no hay que ser tímido",
fue el primer discurso que escuchó, muy joven,
cara a cara.
Su consejero,
con los ojos inyectados de fervor.
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