El siguiente texto es el resultado de una charla de casi una hora y media con el escritor Alberto Laiseca.
El encuentro fue en su departamento, al mediodía, el pasado 23 de marzo.
Por Agustín Vázquez y Juan Millonschik
“Creo
en la felicidad y en transmitirla”
Alberto Laiseca
habló desde su casa, un monoambiente en Flores, cerca de la plaza
principal del barrio y de las vías del tren.
Alberto Laiseca,
el de Los Sorias, la obra de más de 1.300 páginas que tardó
16 años en editarse, desde el momento en que su autor le puso el
punto final, en 1982, hasta 1998, cuando apareció en las librerías.
“El maestro”,
como lo llaman, es además autor de las novelas Su turno,
Aventuras de un novelista atonal, La hija de Keops,
La mujer en la muralla, El jardín de las máquinas parlantes,
El gusano máximo de la vida misma, Beber en rojo, Las
aventuras del profesor Eusebio Filigranati; Sí, soy mala
poeta, pero..., Las cuatro torres de Babel,
Manual sadomasoporno y El artista.
Y también de los libros de cuentos Matando enanos a garrotazos,
En sueños he llorado y Gracias Chanchúbelo; del libro
de poesía Poemas chinos y del ensayo Por favor,
¡plágienme! Hace poco, la editorial Simurg editó Cuentos
Completos.
Al margen de su
vasta obra literaria y de ser exponente y cultor del realismo
delirante, “el conde” también se ha lucido en la televisión y
el cine: en la pantalla chica, se hizo conocido por el ciclo Cuentos
de terror, en el que narraba cuentos clásicos y alguno de su
autoría en sólo 10 minutos, con una cámara que simplemente hacía
primeros planos de su cara y su bigote; en la pantalla grande, actuó
en El artista, de Mariano Cohn y Gastón Duprat; y narró
fragmentos de Querida, voy a comprar cigarrillos y vuelvo, de
los mismos directores e inspirada en un cuento suyo.
El mini
departamento que habita parece más chico de lo que es, por la
superposición de libros y objetos varios, y la presencia de su gato
blanco, Chopp. Allí, durante casi una hora y media, Laiseca habló
de literatura, de política, de su pueblo -Camilo Aldao-, de su
llegada a Buenos Aires, hace más de 40 años; de su padre y hasta
del miedo. También de su próxima novela, La puerta del viento,
la que le debe a su juventud y que habla nada menos que de la guerra
de Vietnam.
En la pared,
ocupa un buen espacio un cuadro de Camilo Aldao, en el que se ve un
parque con palmeras; sobre el escritorio, se destacan, entre pilas de
libros, algunos títulos de Stephen King y uno que reza Antología
de cuentos fantásticos. A unos centímetros, acompañan al
“conde Laisek” un tazón con cerveza al natural y un whisky
disimulado en una taza más chica, como de café. El grabador ya está
prendido...
"Por casualidad,
sin querer, nací en Rosario. Porque a papá le preocupaba que algo
saliera mal en el parto, entonces la llevó a mamá a una clínica de
Rosario. Yo nací como escupida de músico, así que no nos quedamos
ahí. Mamá se repuso muy rápido. Después estuvimos tres meses en
Unquillo, y luego fuimos a Camilo Aldao, en la provincia de Córdoba,
que es mi pueblo. No es por falta
de cariño o respeto a los rosarinos, lo que pasa es que uno se
siente del lugar en donde se crió. No soy rosarino, soy camilense,
camiloaldaense. Hice la escuela primaria ahí. No había secundario,
entonces viajábamos todos los días, en una camioneta que habían
comprado nuestros padres, al pueblo vecino, Corral de Bustos, a 28
kilómetros. Cursábamos, comíamos un sandwichito, tomábamos una
cervecita, y volvíamos".
¿Vas al
pueblo?
Tengo una novia,
que es de allá. A veces ella viene a visitarme, pasa unos días, a
veces voy y me quedo. Los dos somos de Camilo.
A ella le contaba
la historia del pájaro azul, de (Maurice) Maeterlinck: unos niños viven con
sus padres, y tienen en su casa, en una jaulita, un pájaro azul. Un
buen día, los chicos se levantan y el pájaro azul no está.
Entonces creo que ni le dicen nada a los padres, juntan un poco de
comida y se van al extremo del mundo a buscar al pájaro azul, llegan
al borde del mundo... no está por ningún lado. No queda más que
volverse. Vuelven, entran a la casa y ahí adentro está el pájaro
azul. El pájaro azul está en el propio lugar. Tantas cosas hicimos
Petrona y yo a lo largo de la vida y finalmente el pájaro azul
estaba en casa, en Camilo Aldao.
¿La conocías
de chico?
Mirá, nos hemos
conocido de mentas, sabíamos que el otro existía, pero nunca
tuvimos trato. Ella se casó y tuvo dos hijos, yo me casé cuatro
veces. Esa chiquita que vieron acá era mi hija, se habrán dado
cuenta. Ahora, de grandes, nos rencontramos, en diciembre de 2010, en
la ocasión que fui a Camilo Aldao a contar cuentos.
Esos cuadritos
que tenés ahí, ¿no?
Claro: yo mismo
les pedí que me regalaran esta medalla de cuero e´sapo, entonces me
la hicieron. Lo otro me lo dio el intendente: ciudadano ilustre de
Camilo Aldao.
Era una joda que
hacíamos los pibes cuando estábamos en la primaria: la medalla de
cuero e´sapo no era un blasón, era un baldón. Cuando alguien se
quería burlar mucho de otro pibe, le decía: “Qué vivo que sos
vos eh, te vamos a dar una medalla de cuero e´sapo”. Era un
insulto, entonces yo, que nunca me olvidé, quise darlo vuelta,
transformarlo en blasón. Entonces pedí antes de viajar que me
dieran la medalla, para que fuera un honor en lugar de lo contrario.
Hay otros
escritores argentinos de tu prestigio, argentinos y de tu generación,
que han nacido en pueblos del interior, y sus lugares de origen están
presentes en su literatura, como César Aira, de Pringles, o Abelardo
Castillo, de San Pedro. ¿Cómo se dio en tu caso? ¿Cómo está
presente Camilo Aldao en tu literatura?
Yo siempre lo
tengo presente y en mi corazón a Camilo Aldao. Cuando un escritor
escribe... puede estar escribiendo sobre los Valles de la Luna, y lo
sepa o no, el escritor está hablando de Camilo Aldao. Sin darse
cuenta estará hablando del zanjón... el zanjón es un lugar de
Camilo, donde los pibes se iban a hacer la rabona, se escondían...
se pescaban mojarritas... Con mi novia estuve en el zanjón los otros
días, lo fuimos a ver. Ahora estaba feo porque está con poca agua,
¡pero cuando está con bastante es lindo!
Tuvimos la
oportunidad de ver algo que yo no sabía que existía: una casa
bastante bien puesta. Esa casa tiene 117 años, la más vieja del
pueblo, la única que quedó. La Municipalidad prohibió tocarla, no
se puede vivir en ella, no se puede cambiar, es patrimonio municipal,
histórico arquitectónico. No sé si se puede visitar, tal vez sí.
Nosotros la vimos de afuera. Parece joven la casa, pero tiene la
misma edad que el pueblo.
Recién me
hacías recordar aquella frase de Tolstoi…
“Si quieres ser
universal, pinta tu aldea”. Yo estoy de acuerdo con la frase, pero
creo que necesita un complemento. Yo adhiero, pero agrego, sin negar
la primera frase: “Si quieres pintar tu aldea, sé universal”.
Las dos son ciertas.
Pensando en tu
obra, imaginaba que algo iba a añadirse porque no has trabajado sólo
sobre Camilo.
Fijate vos que
Los Sorias, esa enorme novela que transcurre en la Unión
Soviética, en Tecnocracia y en Soria es Camilo Aldao. Si quieres
pintar tu aldea, sé universal, y Los Sorias es una obra de
tipo universal, ¿comprendés? A eso te iba.
¿Creés que
esa frase tiene más fuerza hoy que cuando empezaste a escribir?
Desde toda la
vida, desde antes que yo naciera, y después de que me muera va a
seguir siendo cierta. Las dos son válidas.
Llegaste a
Buenos Aires en el ´66, ¿no?
(Risas) Puede
ser... es lo más probable.
¿Cómo fue
que llegaste? ¿Cómo viste la ciudad?
(Toma algo,
whisky o cerveza) Fue una llegada de tipo fantástico, por todo lo
que me imaginé y me creí yo. Resulta que no sé si en tren o qué
carajo llegué a Plaza Once. Y después de ahí me tomé un subte
para ir a no sé dónde mierda... ¡quedé deslumbrado! porque
arrancaba solo y paraba solo, y se abrían las puertas
automáticamente... ¡es la Tecnocracia! ¡Qué maravilla! Yo no
sabía, y después cuando lo supe me desilusioné muchísimo, ¡que
en un cuartito tapado con madera había un conductor! Yo creía que
en una central remotísima, ubicada quizás en Ushuaia, desde ahí se
manejaba todo... ¡la Tecnocracia viva! Deslumbrado quedé, y después
vino la desilusión: uh puta, había un tipo conduciendo adentro, yo
creí que era todo automático, ¡desde una central remotísima!
En algunas
ciudades ya existen los subtes automáticos...
¿En serio?
En San Pablo,
por ejemplo...
No digas... ¡mirá
vos!
Se cumplió el
sueño de Laiseca.
Tal cual.
Un día iba a
llegar...
(risas)
Tu llegada
coincide con el año del golpe de Onganía... no sé si guardás un
recuerdo particular de tu llegada asociado a eso...
Yo estuve varios
meses viviendo en Buenos Aires antes del golpe de Onganía... conocí
a mucha gente... ¿seguro que fue en el ´66 el golpe de Onganía?
Sí, en junio.
Entonces yo pude
haber llegado a fines del ´65, porque conocí bastantes meses de
Buenos Aires, antes del golpe de Onganía. Me había hecho amigo de
Norman Brisky, conocí a la gente del Moderno, que es un bar que ya
no existe, en la calle Maipú... me moví, conocí a mucha gente, eso
no se puede lograr en un mes. Y después vino el golpe de Onganía.
¿Tenés un
recuerdo particular?
No había golpe
cuando yo llegué, loco. Después sí, yo me quedé muy
desconcertado, no sabía qué carajo era este señor. Es decir, no le
confiaba... desconfiaba de Onganía. Y después se probó que había
razones sobradas, ¿no?. Nunca me gustó. Me parecía, sí, que el
Doctor Illia, honesto sin dudas, pero no sabía un carajo de
economía. Sigo pensando lo mismo hoy. Hizo cosas obsoletas: puso
precios máximos, y una cantidad de cosas pelotudas, propias de quien
no sabe de economía. Pero después cuando vino el bigotudo fue mucho
peor, se puso dura la cosa, muy dura. ¡Y Onganía era blando,
comparado con otros... era un benefactor de la patria, comparado con
marzo del ´76!
Siempre
pensamos que cada dictadura es la peor...
Y qué equivocado
estaba uno...
(piensa unos
segundos) Yo no idealizo al Doctor Illia, pero lo quiero. No lo
idealizo porque recuerdo perfectamente sus errores, ¿sabés? (prende
un cigarrillo -Imparciales-). No sabía una mierda de economía (deja
el paquete y el encendedor)... así como entró, salió, con los
bolsillos vacíos (hace el gesto de palparse los bolsillos), honesto,
ah eso sí, eso sí, ni su peor enemigo puede decir que haya sido
deshonesto, pero no sabía de economía, no sabía gobernar. Si no
sabés el ABC de la economía, no podés gobernar, flaco, por más
honesto que seas. La honestidad no alcanza. No, chorro no fue,
ciertamente.
Entonces digo,
según tu hipótesis, o tesis, quizás a Illia le faltó imaginación
de chico...
Sí... le faltó
imaginación... le faltó hacer algo que yo hice mucho, que aunque no
pisé las aulas económicas, alguna remota idea de economía tengo...
remota idea... de tanto preguntar. A los tipos que estaban en
Economía o que habían estudiado los tenía secos con preguntas. Y
yo no pensaba ser economista, pero siempre me interesó la economía
como una parte fundamental de la sociedad humana! Sin economía, no
funcionada nada acá viejo, así que a mis amigos o conocidos de
Economía, ¡locos con preguntas! Además mis preguntas les debían
resultar muy raras a ellos, porque eran preguntas propias de un tipo
auténticamente ignorante. Por ejemplo, yo sabía ya cosas pero las
preguntaba igual para ver qué me decían... por ejemplo, no nos
alcanza para pagar, ¿y entonces qué sucede si empezamos a emitir
dinero? Yo sabía que no se puede hacer eso, porque se viene una
inflación galopante, pero quiero que me lo digas vos, con tus
palabras de tipo que pisó Económicas. Yo ya sé que lo que digo es
un disparate, pero quiero oír tus palabras. Así, más o menos fui
aprendiendo el ABC, no mucho pero algo como para tener alguna idea.
Eso... ¿precios máximos? Ni se te ocurra... no, nunca... y los puso
este Illia, me acuerdo... Subía sueldos por decreto y tenía precios
máximos sujetos... no, no funciona así la economía... así no
funciona... bueno, en fin, ¿qué? ¿qué más?
Volviendo un
poco a Camilo... es un lugar que tiene que ver con tu infancia, con
tu adolescencia, tu primera adultez, y también con tu familia...
muchas veces, en entrevistas y también en tu obra se nota que está
presente la figura de tu padre...
Este es mi padre
(señala un cuadrito en blanco y negro en el que hay cuatro hombres
con uniforme que parece militar, se refiere al de la izquierda)...
¿El de la
izquierda?
El de la
izquierda. Me he reconciliado con él, de manera total y bien, pero
me costó muchísimo. Hace muchos años que está muerto papá. En
los últimos años me reconcilié... a punto tal me reconcilié que
los otros días estaba yo acá solito... se me escapó decir en voz
alta... ¡en voz alta, estando solo, como los locos!: “¡te
extraño, papá!” Para que vos veas hasta qué punto es verdad que
estoy reconciliado.
¿Llegaste a
reconciliarte hablando con él?
Noooo, el ya
había muerto hacía muchos años. Papá murió por las épocas de
Cámpora, un poco antes.
Vos todavía
no publicabas...
(Piensa) No, no,
no...
¿Te hubiera
gustado que te leyera?
¿Mi padre? En
ese momento yo estaba peleado con papá, no quería saber nada con
él. Me costó mucho. Toda mi familia hizo los más heroicos
esfuerzos para disuadirme del vicio de la literatura. Parece que yo
tenía que ser ingeniero químico: ¡ahí estaba mi futuro! Por
decreto-ley... de Der Führer... esas cosas son difíciles de
perdonar, pero se puede, yo lo hice. Pero de verdad, eh, no es que me
haga el pícaro.
¿Es necesaria
esa reconciliación para avanzar?
Muy necesaria.
Para tener un poco de paz de espíritu, para que también los muertos
tengan paz. Los muertos viven en el otro mundo. Yo creo en el otro
mundo.
¿Son dos?
Bueno, sí...
está esta Tierra y está la otra, el mundo de los muertos.
¿Cómo lo
imaginás?
Medio escaso...
¿Como Camilo
Aldao? (risas)
No, peor. ¡Sin
tetas ni cerveza! Y sin pitulines para las chicas.
Ni whisky...
No, ni una
mierda, así que ya ahí andamos mal.
Hay que
aprovechar acá...
Sí, hay que
aprovechar acá, y... y no es bueno irse de esta tierra a la otra sin
amor, sin haber amado y sin ser correspondido, es muy malo eso.
Papá y mamá se
querían profundísimamente, eso muy bueno. (Entre risas) ¡Y ahora
ambos saben que cuentan con mi incondicional cariño! Así que la
familia está aumentando.
No hay tetas
ni cerveza, ¿pero uno sabe lo que pasa en este mundo?
Ehh... llega a
saber bastantes cosas, sí.
Quizás tu
padre sabe más de vos ahora que cuando estaban juntos...
(Piensa y
suspira, mirando a un costado como buscando la respuesta) Eso sí que
es muy difícil de responder. Eh, algunas cosas sabe, sí... por
ejemplo si hay cosas que me están haciendo mal acá, él se aviva...
sí... sí, eso sí.
Vamos a hablar
un poco más de literatura, aunque de algún modo lo veníamos
haciendo. Vos afirmás -y estoy de acuerdo- que... -en un ensayo que
escribiste sobre Tolstoi- que es un error despreciar la biografía de
un autor, que al contrario: conocerla es importante para aprehender
mejor lo que ha escrito.
Sí, lo dije no
respecto a Tolstoi, lo dije respecto a, o basándome en Edgar Allan
Poe, aunque sirve para cualquier autor.
Yo pensaba en
la literatura que más he leído, que es la argentina, y pensaba en
muchísimos casos, entre ellos Mansilla, Sarmiento... autores en los
que la vida tiene un lugar que es imposible soslayar. O que hay que
ser medio ciego, o sordo para soslayar... y
(interrumpe)
Soslayar no... lo que sí puede ocurrir es que a algunos de estos
autores uno no los quiera, ¿sabés?
Sí, seguro...
Para mí es un
poco difícil quererlo a Sarmiento, y que me perdonen los
sarmientinos.
Seguro, ¿y en
particular por qué?
Negro... este...
¿vos sabías que tuvimos una guerra con Paraguay? Sabías, ¿no?
Sí, claro...
Bueno... después,
otra historia larga: “Que corra por la tierra la sangre
del gaucho, así va a progresar la Argentina”. Son muchas cositas
que tenía ese hombre.
Incluso, llegó
al punto de perder un hijo en la guerra...
Sí, no me
acuerdo cómo se llamaba el hijo...
Dominguito.
Dominguito,
exactamente. Dominguito, sí... creo que era hijo adoptivo, a pesar
de que se sospecha que Sarmiento, como otros próceres, tuvo hijos a
rolete...
Urquiza...
Urquiza ni
hablemos.
Pero volviendo
a lo biográfico, en tu caso, en tus libros hay personajes que comparten
con vos fragmentos de tu biografía...
Sí, claro.
Sotelo,
Alaralena...
Ah… ¿cómo no,
caballero?
El gusano…
Mis tres obras
underground se corresponden con la etapa en que yo viví underground
en mi vida. Tengo tres obras underground, a saber: El gusano
máximo de la vida misma, Las aventuras del profesor Eusebio
Filigranati y Sí, soy mala poeta, pero.... Esas son mis
tres obras underground, hago un rescate de mi existencia underground.
Anduve en muchos sitios, algunos poco recomendables, debo reconocer.
No sé si en
las cloacas de Nueva York, pero...
Mirá: le pegaste
en el poste (risas). Anduve en lugares peores que las cloacas...
¿Esas
experiencias underground fueron todas en Buenos Aires?
Yo viví la mayor
parte de mi vida en Buenos Aires, flaco, así que mis experiencias
son de acá, sí. También viví unas cuantas duras en el campo, eh.
Yo trabajé de peón de campo dos años, así que...
Ahí los
capataces, en varias provincias argentinas, me enseñaron una frase
que la aprendí para siempre: “Si no le gusta, váyase...” De los
capataces la aprendí.
Como la dueña
de la pensión...
Sí, sí, sí...
Con esa
entonación...
Claro...
Me quedé con
eso del otro mundo... en este último año y medio, fallecieron
algunos escritores muy importantes, como Fogwill, muy cercano a
vos...
Sí, Soriano
también. Era muy amigo mío Soriano.
Y David Viñas.
Sí, yo no tuve
contacto con David Viñas. Nos respetábamos, pero nunca hablamos, ni
nada. Encontrarlo en un lugar, “cómo le va señor”, nada más.
Nunca un sí, nunca un no con David Viñas. No así con Fogwill ni
con Soriano. Soriano fue el factotum: gracias a él, me publicaron mi
primera novela, Su turno, gracias a él.
¿Cómo fue?
¿La recomendó?
En ese momento,
él era la niña mimada de Corregidor. Triste, solitario y final
fue un best-seller extraordinario. Llevó mi novela y no sé si
Pampín la habrá leído, no lo sé... se publica porque lo dijo
Soriano, ya está. No digo que Pampín no la haya leído, por ahí
sí, pero por ahí no. Lo dijo Soriano y se terminó, ya está.
Y Fogwill
también entiendo que más de una vez... él le dio una mano a varios
escritores...
Fogwill me dio
una mano bárbara. Fogwill y César Aira. Y Piglia también. Me
dieron una mano bárbara con Los Sorias. Porque era un
best-seller en el underground, todo el mundo hablaba de esa novela y
muy pocos la habían leído. Entonces cuando yo ya empezaba a perder
mi fe de que me la publicasen alguna vez, creo que fue César Aira a
quien Gastón Gallo le preguntó qué escritor argentino le gustaba:
“Los Sorias, Alberto Laiseca”, dijo. Y me la publicaron.
Pero ya venía con... se hablaba, se hablaba... Piglia hablaba,
Fogwill por supuesto, y César Aira hablaban de esta obra, se
encargaron de propagar el mito, ¡se transformó en mito!
Pasaron 12
años hasta ser publicada...
No, 16 m’ hijo.
Mencionaste el
mito que había alrededor de Los Sorias...
El mito hizo que
justamente mis obras más difíciles de publicar desde el punto
editorial, las más gordas, Los Sorias, El jardín de las
máquinas parlantes, fueron las que más se vendieron, se vendió
todo. Salió segunda edición incluso, y ahora está por salir la
tercera de Los Sorias y va a salir la segunda de El jardín
de las máquinas parlantes. Así que con mis obras más
imposibles es con la que me fue mejor.
Cuando
hablabas de mito, pensaba en que también has creado tu propio
personaje, de monstruo bueno, el conde, el maestro y los
discípulos... así como muchos personajes tienen partes de tu vida,
vos tenés parte de personaje... ¿trazás una línea divisoria en
algún lado o se te mezclan?
Se me mezclan las
cosas, negro, se me mezclan. A la hora de escribir yo no hago una
gran diferencia a esa vaina. Está por supuesto la exageración del
escritor, por algo lo mío es realismo delirante... sí, delirante,
pero realismo. Está todo dado mediante delirio, pero no por eso deja
de ser realista. Yo tengo un gran respeto por el realismo.
Y si tuvieras
que definir al realismo delirante...
Esto mismo...
como decía Oscar Wilde... a él lo acusaron, después de que le
publicaran “Dorian Gray”, el público inglés no estaba
acostumbrado a una obra así. Entonces alguien bien intencionado hizo
una crítica adversa en un diario o revista: “Mr. Wilde, debo
decirle, su obra no es que no me guste, pero es excesivamente
paradojal”. ¿Sabés qué le contestó Wilde? Tiene razón, mi obra
es paradojal en exceso. Lo que sucede es que yo lo hago a propósito,
porque siempre conviene ver a la verdad en la cuerda floja. Y mi
manera de ponerla en la cuerda floja es la paradoja. Parafraseando a
Wilde, te podría decir: Creo en la verdad, creo en la realidad, pero
siempre conviene ver a la verdad y a la realidad en la cuerda floja
del delirio, ¿comprendés? Por eso lo mío es realismo delirante,
para ver mejor a la realidad, no para ocultarla.
Sí, de hecho
vos tocás temas muy universales, como el poder, el amor, la locura,
la muerte, el sexo...
Sí, y la
humanización que es un tema mío. Los Sorias es la
humanización del dictador; Beber en rojo es la humanización
del monstruo, de Drácula, que renuncia a su inmortalidad y a seguir
mordiendo a las chicas por siete años de vida terrenal.
Yo veía la
tapa, y justo estaba leyendo un cuento -“Mi mujer”, el primero-
en el que describís una foto parecida a la portada de Beber en
rojo...
No me había dado
cuenta, pero puede ser. Yo la perdí a esa foto. Creo que la
japonesita sale con las tetas al aire.
Tenía una
tapada por el pelo y otra tapada por un arreglo floral.
No me acuerdo, ¿y
vos tenés ocasión de verla?
No, la foto
no, pero si tu cuento, en el que la descripción coincide con la tapa
del libro.
Sí, tenés
razón, no me había dado cuenta para nada. Pero sí, es verdad.
Volviendo a tu
literatura, no se encuentran muchas obras tan cargadas, que
desarrollen una cosmovisión...
Claro, eso es Los
Sorias (se sirve cerveza). Tiene cosmovisión, cosa que le falta
muchas obras.
¿Encontrás
algún autor que labure así ahora?
Mirá, autores
geniales actuales yo te puedo mencionar toda una lista que va de la
punta de la mesa hasta acá (señala con los manos uno y otro extremo
del escritorio). Por de pronto, ese muchacho que se murió hace poco
en Francia... Juan José Saer. Un genio, Juan José Saer, ¿pero
sabés qué mató la cosmovisión de Saer? Su nihlismo. Él pudo
tener cosmovisión, no la tuvo por su nihilismo. El nihilismo mata a
la cosmovisión, nunca te lo tenés que permitir. ¡Y te está
hablando alguien que te dice que Saer era un genio! ¡Porque lo era!
Pero... nihilista...
A un amigo mío
que es un gran escritor -no vamos a hacer nombres-, yo le dije por
teléfono que acababa de leer su última novela... tu novela es tan
genial como todas las cosas que vos escribís, le digo, pero lo único
que lamento es tu nihilismo... (se empieza a reír) ¡¿Para qué?!
Hubiera sido preferible que le puteara a la madre antes que eso. ¡La
furia que le dio!
¿No lo
nombramos en la charla antes?
(Haciéndose el
misterioso) No, no sé porque soy muy desmemoriado. Soy un tipo
tremendamente desmemoriado, así que es al pedo que me des nombres,
porque me olvido.
¿Vos cómo te
definís si Saer y algunos más son nihilistas?
No, yo no soy
nihilista...
¿Y por la
positiva?
(Piensa unos
segundos) Y... soy creyente. Creo en la posibilidad del hombre, a
pesar de ver que las cosas van cada vez más para la mierda (prende
otro cigarrillo). Pero igual tengo confianza en el ser humano. (Eleva
el tono de voz) Por otra parte, si hablamos del mundo femenino, nadie
va a conseguir que yo hable mal de la mujer. Y me ha ido para la
mierda con muchos matrimonios, noviazgos... No: las mujeres a mí me
hicieron crecer. Hay que estar un poco agradecido, che. Ya sé que
pasaste dolor, sí, pero te hicieron crecer, te dieron mucho placer
además, compañía, te dieron sus tetas y una manera distinta de
pensar porque las mujeres lógicamente son distintas a nosotros, y
eso es lo que te hace crecer, justamente, la manera distinta de ver
las cosas. Así que yo no soy misógino, eh. Ni misógino ni
nihilista.
Son dos buenos
“no”.
Ninguna de esas
dos cosas.
Has dicho que
el arte tiene que ser feliz. O que vos no podías escribir, o que
escribías mal si no tenías algunas cosas personales resueltas.
Seguro, por
supuesto. ¿Sigue funcionando eso? (pregunta refiriéndose a los
grabadores).
Calculo que
sí...
No, “calculo”
no.
(nos fijamos)
Sí, efectivamente sigue funcionando. Igual somos creyentes, les
tenemos fe (risas).
No, a mí no me
vengan con fe en los aparatos: o funcionan o no funcionan (más
risas).
Eh... sí, creo
en la felicidad y en transmitirla. Si sos nihilista -perdoná que
vuelva al tema- no vas a transmitir felicidad a tu lector. Si todo es
negro, si todo es una mierda... epa, no, ¿para qué mierda escribís?
¿Te puedo preguntar para qué escribís, entonces?
¿Creés que
es función del escritor transmitirle felicidad al escritor?
Y sí...
optimismo, vida, todas esas cosas.
¿Concebís
que una obra pueda transmitir felicidad y a la vez sentimientos
contradictorios con la felicidad?
Claro. Por
ejemplo, ahí tenés el caso de Herman Hesse. En El lobo
estepario, donde él tiene una conversación, Harry Haller tiene
una conversación en un sueño con Wolfgang Goethe, y lo acusa al
Goethe de ser no sé qué mierda... lo escucha con gran amabilidad
Goethe, que ya tiene 82 años, es más, que ya ha muerto, y sin
embargo en el sueño -esas cosas de los sueños- Harry Haller puede
hablar con el muerto. Y le dice Goethe: “Entonces La flauta
mágica de Mozart a usted debe parecerle detestable”.
Se pone hecho una
furia Harry Haller: “Me viene a mencionar usted La flauta
mágica, que es para mí lo más excelso”. “Bueno... pero La
flauta mágica transmite optimismo y fe. -Sí, pero Mozart no
vivió como usted 82 años años, él se murió a los 35”. Y no sé
qué estupideces dice. Entonces Goethe le dice: “Mire, el hecho de
haber llegado a los 82 años puede que sea imperdonable, ahora créame
que no tuve tanta alegría como usted pueda creer. Bastante lo
pagué”. Pero sí... las obras que más valen son las que
transmiten como la de Mozart: optimismo y fe.
Después no
recuerdo cómo sigue. La última vez que lo leí -yo leí como 20
veces El lobo estepario- estaba viviendo en Escobar, era
principios de los años ´80, no puedo recordarlo todo.
¿Qué
encontrás en la repetición? Volver a ciertos temas, ciertas
escenas, ciertos nombres, que de libro a libro...
Y, son cosas muy
fuertes para mí, por eso las vuelvo a poner. Siempre, por ejemplo,
cito: “¡la conchaza!”, que está en Los Sorias.
Y recita, con
tono imponente: “¡Qué conchaza tenía la vieja! Todas las noches
en ella guardaba el piano. Luego de haberlo plumereado y envuerrrrto,
envuerrrrto en celofán, se produce un silencio tétrico. Y
después... ¡trrronnnn! ¡como los guitarristas de Gardel!” (ríe
a carcajadas).
Sí, me encanta
la repetición de ciertas cosas.
Es como que
creaste un vocabulario propio, algo común en el artista...
Sí, por
supuesto.
También si
uno vuelve a algo lindo, algo que le gusta, eso juega a favor de esta
felicidad de la que hablábamos.
Sí, claro.
Tenés mucho
reconocimiento de jóvenes, ¿no?
¡Por suerte!
Porque si los únicos que me leyeran fueran los viejos... no
desprecio a los viejos... pero si los únicos que me leyeran fueran
viejos... te diría que mi obra no quedaría, seguro. ¡Ya tengo mis
dudas! Porque cada vez la gente lee menos... peeero...
A mí me ha
pasado: a cualquiera que le comenté que hoy tenía esta entrevista,
me decía que había venido al taller, o conocía a alguien que había
venido al taller, o te había leído, o te conocía de I-Sat.
Claro, de los
cuentitos.
También hay
una canción de Los Piojos que te homenajea...
Así es. Y Los
Piojos tuvieron la deferencia de mandármela en un cd. “El
balneario de los doctores crotos” (se ríe). Sí, es cierto...
¿Hablaste con
ellos?
No, muy poco. Se
enteraron, me leyeron, qué sé yo qué carajo. Alguna vez nos hemos
encontrado en un bar cuando todavía estaban juntos, había varios de
los integrantes de Los Piojos... “hola, Laiseca...”, nada más.
Hablando de
crotos, pensaba no en un croto, pero sí en alguien que vivió
despojado mucho tiempo por elección propia: Néstor Sánchez.
¡Néstor
Sánchez! Sí, era amigo mío. Hasta que nos peleamos, qué se yo...
no solamente él estaba loco, sino que yo también en esa época. Así
que una amistad así tiene que durar poco tiempo.
Yo pensaba en
él porque hay muchos puntos en común, pero quizás él no pudo
salir y vos sí.... la lectura del Tao…
Sí, él no pudo
salir, pobrecito... no, no pudo salir. Malbarató su vida... y por lo
tanto también malbarató su obra, te podrás imaginar.
Sin embargo,
de lo que leí de él, lo último fue lo que más me impactó, su
Diario de Manhattan.
No, no, para
hacerla corta: de Néstor Sánchez conozco sus dos primeras novelas,
Siberia Blues y Nosotros dos.
Diario de
Manhattan es la época en que él vivió precisamente en
Manhattan despojado, dormía en un auto o en una fábrica, pasaba el
invierno en Nueva York vestido como lo estoy yo (la entrevista fue en
marzo, estábamos en camisa o remera).
Sí, sí, la pasó
muy mal. Nunca pudo organizarse en la vida Sánchez.
Te consulto,
tomando lo que decías de los jóvenes... leí que algunas veces
expresaste preocupación por el uso que tiene internet y decís que
su uso es peligroso en personas que no han tenido cultura lectora...
Sí, los que se
dedican nada más que a internet y no leen. A nosotros la lectura nos
salvó la vida, flaco, ¿entendés? No ya te digo si vos pensás ser
algún día escritor... no, no, no... Si vas a ser economista... ¿qué
necesitás para ser economista? ¿pasar por las aulas económicas?
No. Para ser economista necesitás imaginación. Y la imaginación,
el germen de la imaginación, no está en los libros de economía,
está en las novelas, los cuentos, ¿entendés? En las revistas
infantiles que leíste, ahí está la imaginación. Después sí,
pisás las aulas económicas, estudiás libros de economía,
relaciones de precios y salarios, inflación, todo lo que quieras,
pero eso viene después. Esos libros no te van a dar imaginación. La
imaginación la tenés de chico, leyendo novelas, cuentos, revistas
infantiles.
Te pregunto
porque Aira le resta importancia a la literatura, él dice que es
escritor porque es lo que lo hace feliz, porque es lo que le sale,
aparte escribe de una manera constante, saca un libro por año...
Sí, uno o dos
por año...
...y dice que
cuando va a Pringles, que es su pueblo, nota que hay muchas personas
preocupadas por lo que se hace desde el área de Cultura de la
Municipalidad, que se abran bibliotecas populares, que los chicos se
acerquen y lean, y él dice que la literatura a él lo ha hecho muy
feliz pero no lo ve como algo tan necesario.
Yo sí lo veo
como algo absolutamente necesario. Difiero en eso con César. Lo que
sí no creo que... las bibliotecas populares sirven porque tenés un
lugar donde ir a consultar y a leer, en ese sentido sí sirven, estoy
a favor. Pero todo depende de tu familia, che. Son tus padres los que
te van a dar la iniciativa de la lectura, y si tus viejos juegan e
hinchan las pelotas con internet igual que vos, te podrás imaginar
que no te espera un gran futuro, ¿entendés? Yo sí le doy una
importancia trascendental a la literatura.
¿Con la
poesía cómo te llevás? Sólo tenés un libro de poemas, Poemas
chinos.
Yo escribo muy
poca poesía, en general son novelas y cuentos. Muy poca poesía.
Escribí entero, de corrido, Poemas chinos, pero en general es
una cosa poco tocada por mí. Pero yo admiro mucho a la poesía, a la
buena poesía. Fijate vos, yo leí las obras completas de
Shakespeare: no cabe la menor duda de que en cada obra de teatro de
Shakespeare te vas a encontrar con la frase poética, la frase
galana, ingeniosa, genial. Pero además Shakeapeare tiene,
específicamente, una obra lírica: Venus & Adonis, los
Sonetos, La violación de Lucrecia y otras cosas más que
ahora no recuerdo. Venus & Adonis es para mí lo más
excelso que puede haber, se lo recomiendo a todo el mundo que me
quiera escuchar. Eso sí, como en cualquier caso, necesitamos una
buena traducción. Las obras completas creo que Aguilar las ha
sacado; esa edición es muy buena.
Creo que Aira
alguna vez tradujo a Shakespeare.
¿Ah sí?
Creo que sí...
Bueno, él es
artista y además domina el inglés, así que... No he leído
traducciones de Shakespeare hechas por César Aira, pero no dudo de
que han de ser geniales. No lo dudo.
Hay una frase
de Abelardo Castillo: “Ser poeta no es escribir en verso. Es una
postura frente al mundo” ¿Coincidís?
Sí, puedo estar
de acuerdo con esa frase, pero eso sigue siendo cierto con la prosa.
Con la cosmovisión, una manera de pararse frente al mundo, no es
sólo la poesía. Sirve para un pintor, para un escultor...
Decís que
respetás mucho a la buena poesía. ¿Cuál es la buena poesía?
Venus &
Adonis, te repito. Veo que no lo has leído, leelo. Venus &
Adonis, de William Shakespeare. Está en sus obras completas. Ahí
vas a saber qué es la poesía.
Estás
escribiendo...
¡Conchaza!
Conchaza...
Conchaza...
Sí, terminé de
escribir un cuento. Lo escribí estilo orden: mi novia me vio medio
decaído, entonces me dijo “o lo escribís o te pego una patada en
el orto”. Fue muy expeditiva. Bueno, ¿qué remedio me quedaba sino
escribirlo? Si querés a una persona, tenés que agachar la cabeza.
Las novias a
veces hinchan y a veces tienen razón...
A veces tienen
toda la razón, como en este caso. Tenía toda la razón del mundo.
Pero ahora ya directamente estoy en esto, che (señala una pila de
papeles apilada en un rincón del escritorio, a su derecha): en la
novela que le debo a mi juventud, que ahora por fin la voy a
escribir.
Sobre
Vietnam...
Así es, La
puerta del viento.
¿Te está
sirviendo un libro de Nixon (No más Vietnams, del ex
presidente de Estados Unidos Richard Nixon, está al tope de esa pila
de papeles)?
Sí, sí, sí,
uno de los tantos libros que he leído... y revistas y todo que leído
sobre Vietnam. No tenés idea de todo lo que leí yo de Vietnam.
Además yo leía los diarios día por día de lo que iba sucediendo,
tengo bastante buena memoria.
Y quisiste
ir...
Sí, así es.
Hasta le mandé una carta al presidente (Lyndon) Jonhson, que nunca
me contestó. No te imaginás la desesperación que tenía cuando me
di cuenta de que no me iban a llevar. No era por razones políticas,
no era por razones de aventura... ¡por favor! ¿Aventura? ¿Te vas a
ir de aventuras a Vietnam? Mirá, pegare un tiro mejor. Haceme caso,
pegate un tiro (da una larga pitada). No, yo quería ir porque toda
la vida tuve miedo.
¿Te querías
sacar el miedo en la guerra?
Claro: o vuelvo
dentro de una saca verde o me saco el miedo para siempre. Hoy día sé
que el miedo no me lo hubiera sacado, peeeroo... hubiera cambiado de
forma. El miedo es indestructible, pero puede cambiar de forma.
¿Y de tamaño?
El tamaño es
siempre el mismo: enorme. Indestructiblemente gigante, pero cambia de
forma, eso es importante.
¿Y hoy qué
forma tiene para vos?
(hace silencio,
piensa)
¿Qué forma
ha tomado el miedo...?
(interrumpe) Sí,
te entendí, te entendí, estoy pensando qué contesto, es que es muy
difícil contestar eso. Nada... el enemigo es muy fuerte, muy fuerte,
pero hay que resistir. Y confiar, como diría un chino, en el cielo y
en la tierra. En que en los momentos justos, cuando estés más
apretado, vas a conseguir la ayuda adecuada. Eso es todo lo que te
puedo decir respecto del miedo. Creo haberte dicho bastante. Es más:
creo que nadie te puede decir más (prende otro cigarrillo).
Ehm... la
carta... a Johnson... ¿era una carta formal?
Era un pedido de
ayuda.
¿Dónde la
llevaste? ¿A la embajada?
No, la envié por
correo, a la Casa Blanca. Me preocupé por conseguir la dirección
exacta.
Que era
bastante más difícil de conseguir sin internet, en esa época...
Te voy a decir
cómo es el correo norteamericano: es terriblemente serio. Vos le
escribís una carta al presidente, a Obama, por ejemplo, ¿y sabés
cómo hacen? No se la deja a un ujier, a un secretario. Se quedan
esperando con la carta atravesada como si fuera un fusil, hasta que
aparece el propio presidente Obama y le dicen: “Señor Presidente,
esta carta es para usted”. Y se van. Se entrega en mano. Al
presidente Johnson mi carta le fue entregada en mano... no le dio
pelota.
¿En qué
sentido era un pedido de ayuda?
“Lléveme por
favor”. Pero no me llevó. Posiblemente haya sido para bien...
¿cómo puedo saberlo? ¿soy adivino yo?
¿Te hubieses
curado el miedo? ¿Es posible curarse el miedo en la guerra?
Pero ya te
contesté esa pregunta: del miedo no te curás jamás, pero hay una
curación que consiste en la transformación: el miedo se transforma
en otra cosa. Lo podés manejar mejor.
Además, el
hecho de escribir la carta ya supone cierta superación del miedo...
Y sí...
Vos no fuiste
a la guerra pero escribiste una carta pensando que te podían llevar.
Lo deseaba
desesperadamente. ¿Vos creés que yo no tenía miedo de que me
mataran, me mutilaran? ¡Sí, muchísimo!
Pero también
se puede tener miedo a mandar la carta y no hacerlo...
No, no, no, ¡es
que no podía dejar de hacerlo! De intentarlo por lo menos, y con
todas las fuerzas.
¿Es sólo
sobre Vietnam la novela? ¿O es sobre Malvinas también?
No, no, sobre
Vietnam solamente... que ya es bastante. Malvinas no fue la guerra de
mi juventud, fue mucho más tarde. ¡Hace 30 años de Malvinas, che!
Esta es la novela que le debo a mi juventud, no se la debo a los
jóvenes... aunque también va a ser para ellos...
Héctor Tizón
dijo una vez que “la escritura tiene que tener un ritmo casi
biológico, como el de la circulación de la sangre”. ¿Escribís
de esa manera?
No sé qué quiso
decir, así que no puedo opinar.
Refiere a la
agilidad, a escribir sin parar.
No, mirá, con
Los Sorias yo tuve que parar millones de veces, porque había
problemas muy difíciles de resolver. No es una novela que yo haya
escrito así... había pedazos que los escribía entusiasmadísimo en
horas, pasaba una noche entera escribiendo... sí... pero después
pasaba días detenido pensando: “¿cómo carajo hago esto?”
“¿No me
habré ido al carajo?” (risas)
No, no, pensaba
que no sabía cómo resolverlo. Hasta que una mañana alguien trabajo
adentro por vos y “acá está la solución”.
Hablando de
soluciones, o de finales, “Querida, voy a comprar cigarrillos y
vuelvo” tiene un final en el cuento y otro en la película...
(interrumpe
Laiseca) Perdón, ¿sigue funcionando esto? (señala a los
grabadores)
Sí, sí...
ehh... tienen dos finales distintos: en el cuento, Ernesto le deja
medio millón a su mujer y se lleva el otro medio millón, y en la
película le deja la valija entera. ¿A qué se debió el cambio? ¿Te
gusta más un final que otro?
Mirá... el
cuento es de Alberto Laiseca, pero la película es de un colectivo.
Entonces hubo varias opiniones trabajando ahí, opiniones que yo
respeté, y eso es lo que pasa, ¿entendés? Cuando trabajás en un
colectivo, no podés ni intentar siquiera, ni conviene ser el gran
dictador, ¿entendés? Sino deja de ser colectivo, es una obra tuya,
nada más, y de nadie más. Porque al que interviene le cortás la
cabeza si tenés el poder para hacerlo. A mí me gustó la película,
muchísimo, creo que enriqueció al cuento con sus cambios.
¿Y la
experiencia de El artista como fue? ¿Dudaste mucho para
aceptar?
No, no dudé en
aceptar. Lo que dije fue “¿cómo mierda voy a hacer esto?”
Porque era un desafío muy grande. Yo, que estaba acostumbrado a
hablar, lo único que podía decir era “¡Pucho!” (Laiseca
interpreta a un artista plástico que vive en un geriátrico y sólo
abre la boca para pedir cigarrillos). ¡Y nada más! Entonces tuve
que inventar, tenía nada más que mi cara y los dedos para hacer
cosas. Por eso me hizo crecer mucho El artista, porque me
obligó a trabajar con lo que tenía.
Una última
pregunta, por lo menos de mi parte. Escapa un poco a lo que veníamos
hablando pero tiene que ver con estas fechas (la entrevista fue el
viernes 23 de marzo de 2012). Mañana es 24 de marzo, como todos los
años va a haber marchas masivas. ¿Qué representa esa fecha para
vos?
En esa fecha y a
partir de ahí yo estuve bastante guardado. No comulgaba con nadie en
realidad: ni con el Proceso ni con la subversión. Eran para mí como
dos errores de la misma moneda. Y que aunque esa misma moneda cayera
de canto, también iba a caer mal. Todo se hizo mal, hubo muchísimos
muertos, mataron gente querida para mí incluso, así que te podrás
imaginar...
Cuando Sábato y
su equipo sacaron Nunca más, yo leí la versión definitiva,
lo leí todo, de pe a pa. No por ganas, sino como un deber cívico,
incluso leí la lista que pone Sabato a lo último de muertos
verificados, que son casi 10 mil. Yo te puedo asegurar que son más
de 10 mil, porque una amiga mía no está. Una amiga que yo quería
mucho. Si yo tengo una que no está, vos tendrás otro, y así mucha
gente. Así me siento inclinado a pensar que fueron 30 mil nomás,
como se anda diciendo por ahí. Porque mi amiga no está. Yo leí la
lista entera de muertos, nombre por nombre, después de leer el libro
completo, así que ya ves... faltan.
Esa época fue
una época en la que todo fue horrible, y lo anterior también. Todo
muy mezquino, todo muy jodido... todo muy jodido. No te podías poner
de parte de nadie, por lo menos desde mi punto de vista. Era algo
tremendamente jodido. Por ejemplo, incluso, si alguien hubiera
ganado... igual creo que perdimos todos... pero por ejemplo, la
izquierda actual, existe una izquierda hoy, ¿cierto? Muy
fragmentada, muy peleada entre sí, pero existe una izquierda... ¡no
saben un carajo de economía! Si llegasen... vamos a lo mismo de la
economía... no hay imaginación. Si llegasen al poder por artes
mágicas, esta gente de izquierda... no sabrían cómo conducir al
país. Y a la derecha ya la conocemos. La historia de la Argentina se
repite, cíclicamente, y no podemos salir de esa vaina.
¿“Imaginación
y economía” sería tu slogan?
Uno de mis
slogans. Sin imaginación, no hay economía. Tampoco la hay sin
buenas intenciones. El tipo que más sabía de economía en la
República Argentina era el ingeniero Álvaro Alsogaray. Sí sabía,
sí, pero lo usó para el mal. Lo usó para su neoliberalismo.
¡Estuvo 50 años hinchando las pelotas con su neoliberalismo! Hasta
que consiguió a uno: Méndez (sic).
Antes... él
siempre estuvo vinculado a las Fuerzas Armadas...
Sí, pero recién
con Méndez (sic) consiguió poner a la UCeDé. La UCeDé desapareció
precisamente porque llegó al poder e hizo todo lo que quería. Nos
quedamos sin ferrocarriles, Teléfonos del Estado se fue a la
mierda...
Trabajaste
ahí.
Yo trabajé en
Teléfonos del Estado... así que triunfó (Alsogaray), era el que
más sabía, pero no tenía buenas intenciones. Tenía intenciones
liberales.
Y cuando decís
que muchos no saben de economía, ¿no creés que quizás la economía
tal cual la entendemos es la economía desde una mirada liberal,
producto del triunfo del mercado a nivel mundial?
Mirá...
Porque la
economía no es una, sino que es la mirada que se ha impuesto, y por
lo tanto es la que se enseña...
Más o menos. Yo
creo que el socialismo real intentó imponer de verdad el principio
de (Karl) Marx: de cada uno según sus posibilidades, a cada uno
según sus necesidades. Creo que lo intentaron de verdad, de veras. Y
fracasaron porque esa no es la economía. En la economía vos tenés
que dar incentivos: el que más produce tiene que ganar más, si no
todo se estanca. Y el estancamiento dura un minuto, después viene el
hundimiento. Es un poco desagradable lo que estoy diciendo, pero vos
me preguntaste: la culpa la tenés vos, por andar haciéndome
preguntas (risas).
Recordaba una
lectura tuya, que yo no he transitado pero que vos reconocés mucho:
Ayn Rand...
Sí, Ayn Rand,
con grandes errores ella también, eh. Al lado de esa mujer no podía
vivir nadie... no vamos a hablar de Ayn Rand ahora, eso queda para
otra entrevista...
Sarpada entrevista agustin gracias gracias
ResponderEliminarMuy excelente su entrevista.
ResponderEliminarhttps://www.youtube.com/watch?v=9sfYpolGCu8
ResponderEliminarMuy buena entrevista. Hay muchas donde se aprovecha al máximo lo que se podía preguntarle. Casi tantas como aquellas que, tal vez sea una casualidad, están en youtube y solo le preguntan sonceras.
ResponderEliminarTarde estoy descubriendo esto, pero es una gran entrevista al maestro. Felicitaciones.
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