Languidez como de domingo.
Nada mejor que la nada que define a esta tarde muda.
Todo es en cámara lenta, como las nubes bajas y el sol
omnipresente.
Los segundos caen, con una película de fondo y el peso de mi
cuerpo,
embalsamado, cual escultura recortada sobre los pliegues del
sillón mullido.
Sube de a gotas la temperatura, en esta, la tarde más larga
del año.
Las palmeras, encorvadas, besan sus pies con sus hojas,
y se cuelan en mi habitat, haciéndome cosquillas,
mientras me concentro, frunzo el ceño y me tomo una
eternidad para saber
si la bebida la quiero con o sin hielo.
Me desplazo flotando casi sin respirar hasta la cocina
en la que una nube quiere irrumpir amigable,
acariciando el marco de la ventana,
mientras yo aprovecho para beber el aire que se escabulle
por una franja celeste y brillante como el sol omnipresente.
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