Péndulo
hipnótico que prepara escenario de acción
climáticamente
extraña, que recuerda a un sueño
y
estimula sentidos e ideas.
Un
vaso de un licor ahí cerca.
Un
trago cualquiera, una noche calma
al
compás de una pluma y en penumbra.
Pero
hay un llamado que revienta la serenidad,
cuando
se supone que tendría que encender deseos.
Una
explosión sísmica en el oscuro corazón de un valle.
¿Quién
escuchará?
Caen
los melones de almacenes, de alacenas, de cajones, sin algodones que
atajen tanto vértigo.
¿Será
la crónica de un desmoronamiento?
Casi
cerrada una gran ventana, se abre una nueva dentro del marco de la
primera, en un rincón.
Si
se extingue un puente invisible,
se
vuelve a empezar.
Y
se buscan en la memoria los trazos de aquel principio.
Siempre
en las puertas,
en
la penumbra de un borde esperado,
como
por dar un salto.
Las
palabras derraman por mis dedos
sus
sentidos,
sus
repercusiones,
hacen
temblar
mi
tolerancia,
mi
fortaleza,
mis
convicciones.
Qué
veredas, qué pasos,
qué
vientos, qué aires.
Van
a contar tu carne,
van
a pesar tus huesos.
Y
sino, te dejarán en soledad.
Solo
eso, nada menos.
El
territorio de los problemas.
Zapatillas
quebradas
quiebran
la tierra.
La
revuelven
de
vivencias
la
envuelven.
Cuando
peca de inocencia el que peca de maldad,
y
viceversa.
La
ternura programada es un grotesco.
Armando
este rompecabezas...
lo
que debe hacerse
incluye
lo que no.
Aves
que vuelan alto.
Aves
que aprenden a volar.
Vuelan
alto.
Hay
una zona en la que la gloria no tiene competidor.
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