Encapsulados
en una isla.
Discusiones
sin demasiado sentido en un muelle,
mientras
el río golpea sin mucha fuerza en la escollera de cemento y piedra.
El
cielo se cierra, se hunde y encorva, gris, negro, violento
La
pared descascarada lo mira a él, que cree mirar,
cree
ser quien mira...
Encapsulamiento
insular.
Porque
todo es o parece tristemente una representación
una
mera ilusión... o una caricatura
que
ni siquiera bosquejamos pero que nos fue entregada
y
recibimos gustosos.
Si
nadie nos ve, ¿la experiencia no vale?
¿Existe
lo que no es percibido y/o juzgado?
Vale
menos la experiencia que la anécdota,
que
la etiqueta,
la
marca de agua que nos precede, nos excede
y
nos verá pasar.
Un
retrato, una foto,
algún
sello de identidad,
que
al ser revelado,
al
desnudarse,
pone
al descubierto
soledad
y vacío,
envueltos
en las ropas
de
la satisfacción,
de
la plenitud...
de
la autocomplacencia
y
la búsqueda externa de complicidad y aprobación.
Cuando
las palabras no hacen eco...
o
lo hacen pero no en la forma de un sonido agradable,
sino
de un ruido apenas soportable.
Cuando
no se encuentran entre sí,
o
cruzan por caminos intrincados, laberínticos,
infranqueables...
Es
menos lo que saben algunos sobre lo que quieren
que
sobre lo que quieren para su retrato.
Es
menos lo que saben algunos sobre sí
que
sobre el retrato que se fabrican.
Y
así, todo puede en un momento reducirse a la voluntad
de
generar la capacidad
para
desarrollar una cápsula que envuelva,
cuando
sea necesario cortar con las amarras
que
desde afuera tensionan los músculos.
Y
por
un rato sacarse el cerebro,
para
que no moleste.
Somos
tan chicos
frente
al mundo,
frente
a la cultura,
frente
a las fantasías y los mitos...
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