Salió en parte en la revista Área Urbana, acá va completa.
“Pensar
que alguien que hace publicidad o televisión es menos artista es
algo muy limitado”
Ariadna
Asturzzi es actriz. Nació en Rosario pero vive en Buenos Aires desde
hace más de 10 años. Viene trabajando en teatro y cine y, en menor
medida, en televisión: en 2015 espera el estreno de algunas
películas que rodó, como así también de una mini-serie policial
en la que ocupa un rol protagónico. A su vez, está haciendo la obra
La deriva
y ensaya para otra, llamada
Pobre cristo.
Cuando
se prende el grabador, Ariadna cuenta algo de su pasado: “Nací en
Rosario, donde viví hasta los 16 años. Empecé a estudiar teatro de
muy chiquita, a los cinco. Allá hay mucho movimiento cultural, pero
el porcentaje de gente que puede vivir de la actuación, de la danza
o de algún tipo de proyecto artístico es muy reducido, y en general
termina dando clases. A los 15 empecé a ir a Buenos Aires para hacer
algunos seminarios, y vi que había de todo. A los 16 insistí en mi
casa hasta que me hicieron caso. Si yo pudiera vivir de la actuación
en Rosario, estaría allá, la ciudad es preciosa”.
¿Te
gusta más que Buenos Aires?
Buenos
Aires me encanta, pero el atiborramiento de gente no está tan bueno.
Además, no se aprovecha tanto el espacio público, lo verde, el río.
En Rosario te vas al río en cualquier momento, se nota la
diferencia. El río rodea toda la ciudad, y gran parte de la costa es
pública. Hay muchas actividades en el agua: nado, remo, pesca, vela.
Lo mejor que encuentro en Buenos Aires es que me encanta ir al
teatro, al cine, al ballet, y tiene todo. También teatro
independiente. Hay mucha información en relación a lo artístico,
creo que las redes sociales -que no existían cuando vine- han
ayudado a encontrar propuestas y poder seleccionar lo que a una más
le interesa. La oferta cultural de Rosario es muy buena, pero mucho
menor.
Si te fuiste de tu ciudad a los 16,
el colegio lo terminaste en Buenos Aires...
Sí,
el último año lo rendí libre. Me inscribí en un colegio público,
pedí los programas y me anoté para dar libre. Después me enteré
de que no se podía hacer eso. Pero nadie me había dicho nada, tal
vez pensaron que yo ya había cursado. En julio de ese año, una
profesora, durante un examen, me consultó si yo me había llevado su
materia, le llamaba la atención que estuviera aprobando todo con 10;
le expliqué que no y me dijo que eso -rendir libre- no se podía,
que tenía que cursar, pero no se lo dijo a nadie en el colegio y no
tuve problemas. Decidí rendir libre porque sentía que cursar
implicaba demasiadas horas, y en todo ese tiempo me pude dedicar a
tomar clases de teatro, de danza y de canto. Por esa época fue que
decidí dedicarme a la actuación y no a la danza: soy bailarina
clásica y entrar al Colón era una posibilidad, pero suponía una
carga horaria muy intensa, entre otras exigencias, y además yo
sentía que necesitaba la palabra, algo que actuar me permitía y
bailar no. Encima mido 1,70, hay pocas bailarinas de esa estatura.
¿No
podías esperar un año más para ir a Buenos Aires y terminar el
colegio en Rosario?
Soy
ansiosa (risas). Además, el colegio me aburría, me parecía que
estaba demasiadas horas en algo que podía hacer en muchas menos.
Antes
de irte de tu ciudad, ¿sabías bien en qué lugar ibas a vivir y qué
ibas a hacer?
El
año anterior a irme de Rosario había hecho seminarios y había
empezado a trabajar en publicidad, y en ese ámbito aprovechaba para
charlar con todas las personas que me cruzaba para conocer más.
Contactaba, por ejemplo, a gente de Rosario que había ido a Buenos
Aires, quería saber cuestiones de la profesión, con quién
estudiar, dónde, pero también cómo alquilar una vivienda. Además,
al principio vine con mi mamá. Mis viejos me ayudaron un montón.
Respecto de la formación, por más que uno pregunte, no es tan
sencillo saber cómo es cada lugar. En el EMAD y en el IUNA (N.:
Escuela Metropolitana de Arte Dramática e Instituto Universitario
Nacional del Arte, respectivamente) decidí no estudiar.
¿Por
qué?
Creo
que están cristalizados, son antiguos. Tienen una carga horaria muy
intensa que implica hacer eso y nada más. A la vez, cuentan con
grandes maestros, que aparten dan clases por su cuenta, así que con
algunos de ellos estudié. Por otro lado, al menos hace algunos años
estaba la idea de que no se podía trabajar en televisión, había un
criterio muy cerrado. Si bien es cierto que la TV no tiene la calidad
artística del teatro, por tratarse de un producto comercial que se
hace con menos tiempo, no me parece que no hacerla sea bueno en sí
mismo. Y con esa actitud tampoco se puede cambiar aquello que se
critica. Cerrarse al medio por completo me parece una pavada, una
postura adolescente. Pensar que alguien que hace publicidad o
televisión es menos artista es algo muy limitado.
Además,
con esa lógica quien no va a la televisión también podría llegar
a negarse a estar en una obra con colegas que sí están en ese
medio...
Sí,
se puede llegar a ese extremo incluso. Pienso que lo fundamental es
que el arte llegue a otra gente, por el medio que sea. Prefiero ir
por la positiva, hacer algo porque quiero, no accionar por oposición.
¿Con
qué profesores estudiaste?
Con
Agustín Alezzo; con Rubén Szuchmacher, que fue director del
Festival Internacional de Teatro de Buenos Aires -FIBA, trabaja sobre
el texto y nada más, todo sale del texto; con Nora Moseinco, ahora
volví con ella. Nora formó a muchos que hoy tienen entre 25 y 30.
Estudié también con Luciano Suardi; con Marcelo Savignone, que da
la técnica Lecoq. En general en la Argentina somos más
stanislavskianos
(por
Konstantín
Stanislavski,
teórico ruso). Lecoq plantea un trabajo más físico.
¿Te
considerás una estudiosa de lo tuyo?
Sí.
Leo mucho, me interesa saber las técnicas que existen, las elija o
no. Busco mucho material audiovisual, documentales. Veo mucho cine,
investigo. Me gusta mucho el cine oriental, es muy distinto y la
forma de actuación también. Y con los personajes que me tocan,
también estudio, busco, me nutro.
¿Qué
hay en tu agenda laboral para 2015?
Además
de La
deriva,
que se estrenó en febrero y estamos haciendo en el teatro El
extranjero, este
año se estrena la mini-serie Reinas,
que ganó el concurso Ficciones federales, del INCAA, y se filmó en
Bariloche. Es mi primer protagónico, hago de policía. Con el mismo
material, se va a hacer una película, y existe la posibilidad de
hacer una segunda temporada. A su vez, se estrena una película
boliviana que filmé hace tres años, Norte
estrecho.
Estoy ensayando la obra Pobre
cristo,
escrita y dirigida por Daniel Guebel, se estrena en la segunda mitad
del año. Y es posible que este año se estrene El
encuentro de Guayaquil,
una película de época sobre San Martín y Bolívar. Y por fuera de
lo actoral, estoy a
punto de editar mi primer libro de poesía, ya está armado, el
escritor Luis Sagasti leyó el material y decidió apadrinarme.
Todavía no definí el título.
Hace
un tiempo dijiste que tenías muchas ganas de hacer una obra clásica,
y después estuviste en Ricardo III, de William Shakespeare.
¿Cómo fue?
Y
actué en Antonio y Cleopatra, también de Shakespeare.
En el caso de Ricardo III, se armó un teatro con el formato
del globo de Inglaterra, todo con andamios, para mil personas, y se
utilizó el teatro isabelino, sin patas, sin telón, con entradas
laterales, el público llegaba hasta la entrada del escenario. En
general en la Argentina se usa a la italiana, con patas, con telón,
y el público no llega hasta la entrada, sino que está de frente en
su totalidad. Nosotros entrábamos entre la gente. Y encarar un texto
así es fantástico, yo ya había visto textos clásicos con
Szuchmacher: tragedia griega, Shakespeare, siglo de oro español. Me
tocó el personaje de Lady Ana, que se casa con Ricardo III. Él le
mata al marido, ella viene con el féretro, acusándolo de asesino, y
en esa misma escena ella pasa de acusarlo y odiarlo a tenerle miedo,
aflojar, permitir que él lleve el féretro y acepta un anillo y la
propuesta de casamiento. Parece un delirio, pero está tan bien
escrito que es verosímil. Y es un gran desafío para un artista
interpretar el arco que da el personaje en una misma escena. Me
encanta que sea un texto que se haya hecho en tantas partes del
mundo, durante tantos años y con tantos actores, me encanta ser
parte de eso que es mucho más grande que cada uno de nosotros.
¿Y
ahora qué te gustaría que te surja?
No
sé... el año pasado se me dieron cosas muy distintas y muy
interesantes: en Reinas hice de policía, manejaba armas,
utilizaba un vocabulario específico policial y de investigación, no
se me hubiera ocurrido nunca. Filmaba de lunes a viernes allá y
volvía sábado y domingo para hacer Ricardo III. En El
encuentro de Guayaquil interpreto a Magdalena Mendoza, una de las
damas del sol: era una orden de mujeres que se encargaba de recaudar
para la campaña de independencia, pero robando, extorsionando. Lo
que me encanta de la profesión es que me permite acceder a mundos a
los que quizás no hubiese llegado de otra manera.
También
filmaste “Corazón muerto”...
Sí,
una producción super independiente. Nunca había hecho una película
de terror y de hecho no me gusta el género. Al principio no me
cerraba la propuesta, tenía un poco de prejuicio. Yo le dije al
director, Mariano Cattáneo, que no entendía por qué me llamaba a
mí, y me convenció. Es un amante del cine de terror, me habló de
películas, me recomendó que viera determinadas obras, me pidió que
leyera el guión. Hay algunos actores que se repiten en películas de
terror, y quería a alguien que nunca hubiese estado. Se grabó el
tema central de la película con una cantante lírica finlandesa, de
una banda de metal lírico.
¿De
qué trata?
Hay
dos historias paralelas: la de la banda de secuestradores y por otro
lado la de dos personajes, el mío y el de mi pareja. Mi personaje es
medio border, es una mina con una personalidad muy extrema, casi con
problemas psíquicos, siempre a punto de explotar, una persona que
necesita atención y que se le pasa generando conflicto en torno a sí
misma. Cuando yo lo hice, traté de entenderla, para poder hacer la
interpretación. La película tiene una trama de suspenso.
¿Qué
podés decir de La
deriva?
Se
estrenó el 10 de febrero, en el teatro El extranjero. La directora
es una amiga, Andrea Marrazzi, a quien invitaron a un festival
llamado El porvenir, de directores sub-30, y decidió terminar este
texto para esa ocasión, con una versión acortada. Luego se hizo la
obra completa.
¿Cuál
es el argumento?
Hay
una pareja de entre 30 y 40 años que está en crisis, y se va al
Tigre como parte de las actividades que hacen para tratar de salir de
esa crisis. Es una comedia con tintes dramáticos. Van en temporada
baja, llueve, se inunda, quedan varados, van a un hostel espantoso.
Empieza ahí una trama policial, porque creen que pasa algo raro y
sospechan del tipo que tiene el hostel y de su hijastra, empiezan a
formular especulaciones, se dan situaciones ridículas. La obra,
sobre todo, habla acerca de la imposibilidad de dejar ir, de poder
entender que hay cosas que no van más.
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