Se
llega al fin de la tierra,
donde
todo se sintetiza,
y
enseguida todo vuelve a comenzar,
con
grandilocuencia,
en
forma magnánima,
sin
descanso ni respiro.
Torbellino.
Cuando
la ciudad deje de ser ciudad...
No
busques una respuesta para todo.
Es
lo sabio,
y
lo que se dice cuando la fatiga se posa
en
la frente, en el marco de los ojos,
en
los antebrazos.
Y
el sol se desploma con vértigo sobre la tierra.
Fatiga
neuronal.
No
caer en sentencias obvias.
Ante
la duda, recostarse sobre la seguridad y el magnetismo de otros.
Es
el descanso del guerrero,
la
fiebre del ocaso.
A
uno mismo: “algo que te limpie el cerebro...”, solo eso.
Las
cosas que pasan cuando uno se va a dormir...
La
luz se ausenta.
O
se presenta como mito, o rumor.
El
reloj sin arena...
La
electricidad. Las palabras...
las
palabras, por encima de todo.
El
reposo en recreo sensorial.
Parado
en la frontera,
igual
que los sentidos.
Sinestesia.
En
la eternidad de un limbo,
ni
dulce ni amargo,
solo
aéreo y etéreo.
Ese
sonido hipnótico
que
no se parece a nada.
Lucecitas
de colores, alternadas,
como
en una feria.
Telepatía,
fumando pipa.
Los
ojos sobre los ojos de una foto.
Una
aguja perfora el fondo del mar.
Ellas
son
un
oceáno
y
un río.
Un
río informante...
Una
montaña cortada por una nube.
Una
montaña en un castillo.
En
un valle,
en
las rocas de un valle.
Y
en la orilla.
Sentí
el olor a mar,
cómo
arde el pavimento abajo,
cómo
vuela la tierra ahí,
cómo
se desploman las estrellas en caída libre,
cómo
se desinflan las nubes delgadas a lo lejos.
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