La
intangibilidad,
su
inmensidad.
Lo
vasto, el desierto,
las
coordenadas que no están,
la
ausencia de pistas.
Los
campos con su viento.
Voces
que se sienten pero no se escuchan,
no
se interpretan.
Ecos,
gritos, incomprensión.
Lo
único que pasó fue el tiempo.
El
café negro va llenando la taza. La barba afeitada ha dejado su
rastro en el lavatorio.
“Otra
vez me olvidé de ese poema”, se dice, sabe que olvida ciertas
cosas pero siempre recuerda futilidades como la barba que quedó en
el borde del lavatorio. Olvidó algún verso interesante que se formó
en su mente, o alguno que leyó y le gustó.
La
intrascendencia.
Navegarla,
padecerla.
Panorama
sombrío.
Son
aves o perros
lo
que escucha.
Llega
un sonido lejano,
como
una lluvia que ataca y amaina
de
un momento a otro,
con
el agua contra el piso de piedra del patio
y
más allá también.
El
silencio y la música.
El
silencio existe porque existe la música
Podemos
disfrutar del silencio porque sabemos que algo vendrá después.
¿Qué
ve que no sea rojo?
Después,
luz que encandila,
y
luego, penumbra.
De
frente, perro o pantera.
Vació
dos cantimploras de agua y las llenó con ron y vodka,
respectivamente.
Miró
una vez más fuera de la frontera que separa agua y tierra y vio una interminable columna de palmeras arquearse por el viento.
Se
acomodó como pudo, pensando en la mejor postura para dormir. El
sueño es un gran ordenador.
Y
pensó, tratando de consolarse, de buscar algo de alivio, que aunque
aún faltara, que aunque a veces pareciera demorarse mucho el paso
del tiempo, el correr de las agujas y los días y de las noches era
inevitable, y que cada momento en que pensaba, se encontraba un poco
más cerca de casa.
No hay comentarios:
Publicar un comentario