Los
codos junto a los codos
de
los de al lado,
que
también son trabajadores cansados.
Azulejos
blancos, manteles permeables,
paneras
de mimbre,
vino,
soda, carnes, guisos,
ravioles,
no hay postre.
Ni
tiempo.
Relojes
de pared, sonoros,
plásticos
y de madera porosa,
dictan
un ritmo constante,
veloz,
molesto, y que recuerda:
hasta
aquí, nomás.
No
más.
Los
codos se chocan con los codos,
el
ruido habla más que las palabras,
la
espalda se tuerce hacia los platos,
los
relojes son más veloces que los momentos.
Se
extingue el ocio,
risas
aisladas, ecos de lo que fue hasta recién.
No
hay un día que termine, sino una tarde por delante.
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