En la revista Área Urbana de noviembre
se publicó una entrevista al actor Jorge D´Elía, que ahora se
reproduce completa en este blog. Padre del también actor Federico
D´Elía, platense, hincha de Estudiantes y multifacético.
Por Agustín Vázquez
“Creo que no se puede
enseñar a actuar”
“Yo nací y viví 39 años en La
Plata. Hice muchísimas cosas, no tuve una infancia ni adolescencia
buenas. Me encarrilé estudiando y haciendo deporte, principalmente
jugando al básquet, primero en un club llamado Teléfonos del Estado
y después en Estudiantes. Me fui haciendo una persona. Cursé tres
años de Arquitectura. Luego, gané junto a unos compañeros un
Concurso Nacional de Arquitectura, era un proyecto de Estación
Terminal de Ómnibus de Azul. Entre mis compañeros estaba Roberto
Ferreira, el que hizo el Estadio Único de La Plata. Más adelante,
tuve negocios, restaurantes, boites, casas de ropa para hombres y
demás comercios, todo en La Plata. Escribí dos libros, hice de
todo. Estando en uno de los negocios, uno de los mozos me dijo que me
querían ver en una mesa: me ofrecieron una obra de teatro, me
preguntaron si había hecho algo ya -yo había actuado en el ´60,
´61, se llamaban teatros vocacionales, teatros independientes, de
donde salieron Federico Luppi, Lito Cruz, Carlitos Moreno y toda un
grupo importante-, y me contrataron para Nuestro fin de semana,
de Roberto ´Tito´ Cossa. Desde ahí hasta ahora no paré”. Así
comienza el diálogo con el actor Jorge D´Elía.
¿Su amor por Estudiantes viene de
antes de jugar allí al básquet?
De antes. Yo nací en una panadería,
en calle 2 entre 42 y 43, la panadería San Miguel. En la otra cuadra
había un negocio de un griego que vendía turrones y otras cosas al
por mayor, y yo descubrí, cuando tenía muy pocos años, menos de
10, que si compraba una caja de turrones e iba a venderlos a la
cancha me hacía millonario. Y así fue: empecé vendiendo turrones
en la cancha de Estudiantes, en 1 y 57. Por eso recuerdo hasta el
equipo de ese momento, yo tendría 10 años. Me acuerdo los 11, eran
siempre los mismos y no había cambios durante el partido. Nunca fui
un anti-tripero, en realidad no soy anti en nada.
¿Qué recuerda de los inicios de su
relación con el arte?
Tuve mucha relación con la movida de
los años ´60, en cuanto al happening, a la creatividad.
Recuerdo a muchas personas: por ejemplo, a Jorge Cumbo, quien ni
siquiera fue amigo, pero yo lo veía siempre en la confitería
tocando la quena; allí mismo, otro leía poemas, yo hablaba de
teatro con Carlitos Moreno. Cumbo llegó a tocar con Simon &
Garfunkel, la grabación que tienen ellos de El cóndor pasa
tiene vientos interpretados por él. También puedo mencionar a
(Carlos) “Pocho” Lapouble, que fue uno de los mejores bateristas
de la Argentina. Podría nombrar a varios. En lo personal, hice
muchos espectáculos, varios de ellos en la boite que tenía yo, que
se llamaba Federico V.
Sin embargo, no estuvo siempre en La
Plata...
No. Yo quería viajar, se lo decía a
todo el mundo, y me fui a dedo a Europa, en barco, 20 días tardé
aproximadamente. Tan a dedo fui que no tenía dinero para ir de La
Plata a Buenos Aires a tomarme el barco. Estuve un año, era algo que
de grande no iba a ser. Pasé hambre, y el verdadero hambre es no
saber cuándo vas a comer. Es una sensación que más bien pertenece
a los sentidos, es una locura, genera mucha violencia, uno se vuelve
agresivo.
¿Y cuando volvió qué pasó?
En un momento decidí que quería ir a
Buenos Aires para dedicarme profesionalmente a esta carrera. Fue una
decisión difícil: me senté con mis tres hijos (N. de la R.: en
total tuvo seis) y mi mujer, les dije a los chicos que el papá no
desaparecía ni abandonaba, pero que no quería ser una persona
frustrada, y que jamás iba a agarrar a un hijo mío y decirle “por
vos no hice tal cosa”, palabras textuales. Después Federico hizo
lo mismo que yo, con más apoyo, con más peso. Me costó mucho tomar
esa decisión. Me mudé solo a Buenos Aires, ellos se quedaron en La
Plata. Estuve llorando tres años, ¡tres años! todas las mañanas
porque me despertaba y no estaban los chicos, no se me tiraban encima
ni bien me levantaba. Yo no soy ortodoxo en nada, pero entiendo que
la vida es un desafío muy grande y que si te la tomás realmente en
serio te podés divertir, la podés pasar muy bien, podés ser pleno,
y una de mis convicciones más grandes es que no soy resentido en
nada... a mí me fue para el orto en la vida, perdí dos hijos, pero
nunca me resentí, y tampoco lo puedo explicar. La vida te da otras
cosas. Soy una persona alegre, estoy todo el día jodiendo, siempre
hago el chiste de que no sé si me llaman porque soy buen actor o
porque genero buenos climas. Tengo una relación hermosísima con
todos ellos. Confieso que soy feliz, aunque no sé bien qué es la
felicidad, no creo que exista la felicidad completa. A mí me gusta
la vida, me gusta de verdad, me gusta honrarla.
Entre esas otras cosas -las buenas-
que da la vida, están los reconocimientos...
Me encantan ese tipo de cosas. Hace
poco me distinguieron en Tandil, también en La Plata. Creo que tiene
que ver con que te portaste más o menos bien toda la vida y te las
empiezan a dar cuando sos grande. Y no me refiero solo a premios o
menciones: en 2010 me llamaron para ir a filmar a Brasil. Era
Fernando Meirelles, el director de Ciudad de Dios, me dijo que
me había visto en El abrazo partido
y en El aura, y me
proponía participar en la película VIPs,
dirigida por Toniko Melo. Meirelles no sabía quién era yo, solo que
era el que había actuado en esas dos películas. Me dijo que se
había peleado con los yankees porque querían a un chileno y él
quería que actuara yo.
Ni siquiera
buscaba a cualquier argentino, eras vos, específicamente...
Y él
no sabía quién era yo, solo el que había actuado en esas dos
películas. Hicimos la película, VIPs,
dirigida por Toniko Melo, con quien tengo una muy buena relación. Me
dio muchísimas satisfacciones, la hice con Wagner Moura, el
protagonista y que viene a ser el Ricardo Darín de allá. Nos
hicimos tan amigos que se ha venido a cenar conmigo a Buenos Aires en
medio de jornadas de trabajo de filmación en Canadá con Matt
Damon. Admira a los actores argentinos. Tenemos mucha cancha y oficio
los actores de acá en relación a los del resto del mundo. Y gané
el premio máximo de Brasil, Redentor, por actor de reparto en VIPs.
Me pasan cosas así, pero no porque las busque.
¿Cómo ves la actualidad del cine
nacional, con tantas producciones en los últimos años?
Yo veo que
culturalmente hablando, y en lo específico de cine y teatro, hay
muchísimo. En cuanto a la televisión, la rechazo de piel, no me
gusta ni estar, me produce escozor, me hace acordar a Darín, que
dice que no le gusta el cine, pero no le creo. El
problema es que si no estás en televisión, no te llaman ni para
jugar a las bochas.
Lo que más me
gusta a mí es el teatro, y todos los fines de semana hay más de 400
obras solo en Buenos Aires. Y la Argentina lleva teatro a muchísimos
países del mundo, es tremendo, no se puede creer, eso somos
nosotros. Tolcachir, Veronese, Daulte...
De
pronto, entra a la habitación donde se desarrolla la entrevista
Arturo Bonín. Después de hacer algunos chistes entre sí, Bonín se
sienta en un sillón y se queda para la nota. Por su parte, D´Elía
retoma: “Es positivo que se haga tanto cine y teatro, pero después
tendría que ver qué pasa con la calidad, aparte de la cantidad.
Creo que en eso el gobierno (nacional) se ha organizado bien, más
allá de que no soy kirchnerista. Igual me cuesta decir que no soy,
no es que sea una cosa o la otra, no soy anti porque tengo amigos
como el que está aquí presente, y otros, de igual talla, que me
hacen dudar. No soy y puedo dar una serie de explicaciones y
planteos, pero al margen de eso culturalmente se está haciendo un
buen laburo, más allá de que acá los artistas siempre están y
estuvieron preparados, antes de que viniera (Néstor) Kirchner, antes
de (Raúl) Alfonsín, antes de (Arturo) Illia, etc. Y ahora, hay
grandes frutos a partir del trabajo de tipos como (Damián) Szifrón”.
Más allá de un
gobierno u otro, es positivo que el Estado haga política cultural,
pero tal vez en contextos de mayor dificultad el artista argentino
logra sacar a relucir mejor su oficio...
Bonín: Hay algo
histórico: nosotros tenemos una formación que en otras latitudes no
la entienden. Vos hablabas de una cooperativa en España y te miraban
cómo si estuvieras loco. Ellos pedían un subsidio anual, duraban un
año, al año siguiente lo mismo, volvían a pedirlo. Nosotros
poníamos el hombro, hacíamos todo: boletería, barrer el escenario,
actuar.
D´Elía: Cuando a
mí me preguntan dónde y con quién estudié, respondo siempre lo
mismo: corregí tres imperfecciones que tenía como para ser actor
profesional, pero nada más. Mi aprendizaje fue en los teatros
independientes, donde además aprendí a pintar, a vender entradas,
hacer gacetillas, limpiar.
AB: Formación del
actor desde una mirada colectiva, así fue nuestra formación. Una
generación que incluía a Luppi, Lito Cruz, Morenito. Yo estaba en
Villa Ballester, ellos en La Plata, y el centro era la Capital.
Respecto de la cantidad, que se hablaba antes, a mí por un lado me
resulta gozoso, sobre todo cuando voy a España a ver amigos y se
sorprenden, pero, por otro, la mayoría de esos espectáculos
teatrales tienen una sola función semanal. En ese contexto, ¿dónde
va el crecimiento y el desarrollo del actor, en la búsqueda de un
personaje? No se termina todo con el ensayo último y el estreno,
sino que ahí empieza otro proceso, de crecimiento, de intercambio.
Eso se ve frustrado, pero con una vez por semana gracias si te
acordás la letra. Celebro la cantidad de obras, pero hay que darles
continuidad, mejorar la dinámica de trabajo. Distinto es el teatro
comercial, pero la mayoría no forma parte de ello. Creo que hay que
mejorar las condiciones para poder ejercer el oficio con dignidad,
orgullo, hidalguía y poder transmitirla como en su época lo
transmitió Hedy Crilla, luego (Agustín) Alezzo, (Augusto)
Fernandes, y tantos otros.
La cantidad la
miden todos igual, pero la calidad no, por la subjetividad y la
diversidad de opiniones...
AB:
Por eso digo que a veces no hay que decir que algo fue maravilloso
aunque para uno lo haya sido, sino “me gustó mucho”. Lo digo
como actor, dado que nosotros defendemos el valor de la palabra
arriba del escenario. Volviendo al tema de la continuidad, de la
dinámica, pregunto: ¿Vos le confiarías una operación de apéndice
a un médico que opera una vez por semana? ¿Adónde va a parar el
oficio?
JD: Como manejar un
avión... ¿una vez por semana? Imaginate...
Si comparan con
su juventud, ¿cómo ven, las posibilidades de estudiar teatro en la
actualidad?
AB: Es bárbaro, es
maravilloso. Yo era un pelotudo que estudiaba Química para la
alimentación, porque era la época, era la opción que había, época
de petroquímica, petróleo, desarrollismo, Frondizi. En el año ´59
fui a una iniciativa del ministerio de Educación relacionada al
teatro, quedé impactado. Eso fue porque había un Estado que
apostaba a eso en una escuela pública (el Comercial de Villa
Ballester). Tres profesores tuvimos: de Historia del Arte, Expresión
corporal y Teatro, propiamente dicho. Yo me volví loco,
lamentablemente al año siguiente desapareció, pero ya me había
roto la cabeza. No es que el Estado sea responsable de todo, pero sí
dio cauce, estimuló.
JD: Yo
dicté cursos durante 10 años, en mi taller, pero pegué una vuelta
en mi interior, me ayudó mucho en eso David Mamet. Creo que no se
puede enseñar esto. Yo aprendí haciendo cosas, por ensayo y error,
que de hecho es lo que dice Mamet. Él dice que hay que poner el
cuerpo derecho y emitir claramente la voz. Todo lo demás ya lo hizo
el autor. Yo siempre actué de esa manera. Hay un libro de él,
Verdadero o falso. A
mí me decían “el naturalito”, no me molestaba. Yo sabía que si
me concentraba antes de salir a escena, era un bochorno. Si estudiaba
la vida del personaje, lo mismo. Pero si me relajaba, me iba muy
bien. Soy un anti-método. En el camarín están todos ensayando la
voz, preparándose, eso a mí me pone la piel de gallina, no es mi
estilo.
¿Qué hacés
antes de salir a escena?
JD: Nada. Hice un
montón de televisión argentina y nadie puede creer que no sepa los
libros. O que vaya a filmar y a veces no sepa cómo se llama la
película. Pero tengo oficio. Tengo un hijo de 12 años, me acuerdo
que a sus ocho lo estaba llevando al colegio para un acto, estaba muy
nervioso porque tenía que decir un verso. Él mismo me dijo: “Pero
yo sé que todo esto en un rato ya se acabó”.
No hay comentarios:
Publicar un comentario