jueves, 26 de enero de 2012

Viaje a la luz

Crujen la tierra y las piedras
por el temblor de la inmensidad,
de lo que no puede ser dimensionado.

El infinito empieza en el borde del pino,
en el pellejo de sus raíces, y termina allá,
hasta donde llega la vista,
donde se fusionan las nubes grises,
se conectan como si el día lo hubiese querido así,
se baten fuerte hasta abrochar el sello de su encuentro
con un moño en el centro.

Puede que ese enjuague de colores oscuros sea el este,
que este frío ensordecedor venga del norte
que África y América no se vean desde acá.

La tierra se ve tendida a la sombra de un palacio teñido de oro,
el corazón de toda Europa.
Todo a su alrededor se ve tan rídiculo,
tan desértico y agrio que golpea veloz en el vientre.

La perfección desborda y quiebra nuestros ojos, frágiles,
traspasa las corazas... nuestras armaduras,
se zambulle y recuesta en el lago para usarlo de espejo.

Fragmentos del palacio se agitan revoltosos en mi memoria,
las casas bajan desfilan ante mí cuando las miro desde el vagón
al regresar.

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